Este año se celebra el bicentenario de la independencia de
México (16 de setiembre),
Argentina (25 de mayo), Chile (18 de setiembre), Colombia (20 de julio) y Venezuela (19 de abril). El año pasado, el 2009, Ecuador festejó su histórica efeméride (10 de agosto). Y el 2011, Uruguay hará lo propio. Solo Perú (2021) y Brasil (2022) celebrarán el bicentenario de sus respectivos países doscientos años después de alcanzar sus respectivas independencias. Con la fecha en la mira, vale la pena ver qué se celebrará este año y cómo.
Si el Perú celebrase el
bicentenario sobre la base de su primer grito independentista –como viene haciendo el resto de países latinoamericanos– nuestra efeméride se cumpliría el 2011. Es decir, el año que viene.
Con esa fecha en la mira, el historiador
Antonio Zapata Velasco empieza desmitificando dos acontecimientos. Primero: que sí participamos en el ciclo de las juntas, pues “Francisco de Zela se rebeló en Tacna en 1811”. Y “por cierto, la mucho más importante rebelión de los hermanos Angulo fue en 1814, en el Cusco”, agrega Zapata. El segundo mito, según agrega, es que el Perú fue el último país en independizarse. “Si Bolivia celebrara como nosotros, su bicentenario sería recién el 2025 (y no el 2009), puesto que su libertad se logró aa consecuencia de la Batalla de Ayacucho”. Siguiendo el mismo criterio cronológico, el bicentenario de Ecuador no hubiera sido el 2009, “puesto que la batalla de Pichincha fue en 1822. En ella incluso participó un batallón peruano, enviado por San Martín”, precisa. Contando desde la misma independencia fáctica, los bicentenarios de Chile y Argentina deberían ser el 2018 y 2016, respectivamente. No el 2010. Y tanto México como Brasil celebrarían sendos bicentenarios el mismo año que nosotros: el 2021. “Por ejemplo, en 1810, Argentina estaba jurándole lealtad al rey Fernando, preso en España”, apunta Zapata.
Por estos días, hace aproximadamente doscientos años, el francés José I Bonaparte era el rey de España. Era el brazo ibérico de Napoléon frente a Portugal y Gran Bretaña, y en ese entonces el Primer Imperio Francés dominaba Europa, es decir, el mundo. Las huestes napoleónicas habían invadido España pero los pueblos españoles se estaban levantando en su contra. En plena guerra civil, la proclamación del nuevo rey fue rechazada por algunos órganos de poder local, como fueron la Junta Suprema Central, el Consejo de Castilla y las Cortes en Cádiz.
En Latinoamérica también estallaba una crisis de legitimidad. El rey había quebrado el pacto original con sus súbditos. Sin saber a quién obedecer, las revueltas y gritos independentistas empezaron a sucederse. La resistencia continuaría hasta el 9 de diciembre de 1824, con el sello de la independencia americana que significó la Batalla de Ayacucho.
Pero la historia, como bien recuerda Zapata, ha ido reescribiéndose. “La generación del centenario descubrió a los próceres”, escribió en su columna Cien flores, refiriéndose a Porras Barnechea, Basadre y Luis Alberto Sánchez. Según estos intelectuales, si bien el Perú carecía de líderes políticos y militares en la era independentista, “era el país clave de los antecedentes”. Zapata ejemplifica: “Ahí estaba Vizcardo y Guzmán, que había sido el primero en plantear explícitamente el tema de una patria propia de los americanos, como entidad distinta y opuesta a España. La célebre Carta a los Españoles Americanos escrita por el jesuita arequipeño abrió la lucha independiente en todo el continente. Por ello, en el curso de la primera expedición patriota, dirigida por Francisco de Miranda en Venezuela, el folleto que se repartió como propaganda era la famosa Carta de Vizcardo”.
La posterior generación del cincuenta, con Pablo Macera a la cabeza, rescató a Túpac Amaru. Entonces “no éramos el último, sino el primero”, añade Zapata. “Bastaba olvidar a San Martín y recuperar la autoestima, porque el Perú era la cuna del primer grito de independencia en Latinoamérica”. Para el historiador, fue el gobierno de Velasco Alvarado –mediante la propuesta iconográfica del pop achorado de Jesús Ruiz Durand, por ejemplo– quien elevó al cacique a categoría de “padre de la patria, verdadero fundador de la emancipación americana”.
Finalmente, en los setenta, Heraclio Bonilla presenta su tesis de la independencia concedida. Una “visión descreída”, a decir de Zapata, según la cual “los criollos peruanos no habrían estado interesados en la emancipación y ésta habría venido de fuera, impuesta por ejércitos extranjeros, conducidos por San Martín y Bolívar, obligando a nuestros criollos, que deseaban seguir siendo españoles”.
Estas visiones de la historia coexisten en paralelo. Lo que no parece haber cambiado, según el historiador, es la ausencia de héroes nacionales independentistas. “No tenemos un Bernardo O’Higgins (Chile) o un Pedro Murillo (Bolivia)”, dice. “Mucho menos contamos con un Bolívar o un San Martín. No hay héroes peruanos hasta la Guerra del Pacífico”. A estar atentos a la lectura historiográfica hacia el 2021. (Carlos Cabanillas)
Revisando a BasadreLos jóvenes historiadores han dado un vuelco de perspectiva en el estudio de Historia del Perú.
La nueva generación de historiadores. Marcos Garfias, Cayetana Adrianzén y Jorge Luis Valdez.
(Fuente: Caretas)
A 30 años de la muerte de Jorge Basadre, los nuevos historiadores han dado un vuelco de aquella tendencia enciclopédica y abarcadora a una perspectiva más especializada y contemporánea de la historia. Este es el caso del profesor de historia de la Universida Católica Jorge Luis Valdez, quien escribió su tesis de licenciatura sobre la violencia política en el cine peruano de 1980 al 2003. A su vez, el historiador Sanmarquino Marcos Garfias del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), está interesado en el estudio contemporáneo de las desigualdades en las universidades públicas en el Perú. Y Cayetana Adrianzén, también de la PUCP, investiga la importancia de Variedades a comienzos del siglo XX. Además, las fuentes de investigación han cambiado del uso estricto de documentación escrita a registros como el cine, la literatura y el testimonio oral, fuentes anteriormente reservadas para otras disciplinas como la sociología y la antropología.