Artículo escrito junto a José Ragas, que formará parte de un especial sobre Alberto Flores-Galindo en la próxima edición de PuntoEdu este lunes (ver original).
Puede sonar inverosímil para un observador externo que revisa la abundante producción bibliográfica de Alberto Flores-Galindo y ha escuchado de su constante trabajo académico, que el historiador más prometedor de su generación también haya sido un joven impetuoso, irresponsable y curioso, que llegó hasta Chile tirando dedo y que lamentó haber vendido su biblioteca para comprarse una motocicleta, la misma que luego estrellaría en un accidente.
Sucede que un error muy común en los homenajes es olvidar la dimensión humana del sujeto y, con ello, algunas características que también potencian al genio creativo. Alberto Flores-Galindo no siempre fue el doctor en historia Alberto Flores-Galindo. No siempre estuvo tras un escritorio, frente a un salón de clase o al lado de un grupo de expositores. Fue un amante del aire libre y de las reuniones con amigos, de esas en las que los temas centrales de conversación eran la política, la actualidad y el conocimiento. También fue un hombre de familia, de playa y de cine. Y en medio de todo eso, un investigador a tiempo completo que en el día leía, analizaba, discutía y enseñaba diversos aspectos de la historia del Perú desde un enfoque novedoso y original y que de noche leía a sus hijos las aventuras del profesor Lindenbrock, cual minero de Cerro de Pasco en su viaje al centro de la tierra.
El Flores-Galindo historiador, por otro lado, fue uno de los pensadores y cientistas sociales cuyo legado no solo sigue vigente y en permanente debate en el Perú, sino cuyo prestigio se ha extendido al extranjero. En 2001, apareció en España una versión de sus ensayos por la editorial Crítica bajo el título de Rostros de la plebe. Fernand Braudel, uno de los más importantes historiadores del siglo XX, citó en su trilogía Civilización material, economía y capitalismo (ss. XVI-XVIII) uno de sus ensayos, el mismo que luego se convertiría en su tesis de doctorado y poco después en su libro Aristocracia y plebe. Lima, 1760-1830. Asimismo, este año se anuncia la aparición de la traducción al inglés de Buscando un Inca, considerada su obra más representativa. Y la Universidad de Wisconsin en EEUU tiene una cátedra que lleva su nombre, la cual ocupa actualmente el renombrado andinista Steve Stern.
Eso, por supuesto, no significa que su presencia al interior del país sea menos importante. Todo lo contrario: desde temprano Flores Galindo se convirtió en un dínamo humano, que incluyó no solo las labores propias del académico que escribe y da charlas, sino una dedicación y energía a la creación y promoción de espacios de encuentro y discusión, como lo sería Casa Sur. Directa o indirectamente, contribuyó a formar a una brillante generación de historiadores, que enfocarían sus investigaciones en temas sociales y extenderían su percepción de la historia como un compromiso con la sociedad, especialmente con el hombre de la calle.
De ahí su preocupación, como lo mencionaba en uno de sus primeros libros, por ir más allá de la crítica a la historia tradicional, y proponer alternativas de interpretación por más provisionales que estas fuesen. Este llamado al revisionismo historiográfico, es decir, a la utilización de nuevas fuentes, al análisis de nuevos sujetos y a la construcción de nuevos discursos marcaron la vida del académico, cuya erudición y rebeldía lo convirtieron en un francotirador o, en otras palabras, en un intelectual.
Según Edward Said, una de las tareas del intelectual consiste en el esfuerzo por romper los estereotipos y las categorías reduccionistas que tan claramente limitan el pensamiento y la comunicación humanas. En ese sentido, Flores-Galindo no se dejó atrapar por las amarras del dogma, por el silencio cómplice o por la comodidad del poder. Su acercamiento al conocimiento fue plural e interdisciplinario, a tal punto que disciplinas como la literatura, la psicología, la antropología o la economía aparecen en sus textos como instrumentos de una orquesta clásica, armónicos y complementarios. En una época en la que el Perú estaba inmerso en una espiral de violencia, "Tito" hizo un llamado por rescatar la defensa de los ideales, mientras fustigaba el silencio de unos y la complicidad de otros.
Él estuvo entre quienes más énfasis pusieron en considerar al Perú como una tarea colectiva; mejor aun, como un plebiscito diario, según la exquisita fórmula de Ernest Renan. Como pocos, hizo de la historia lo que debería volver a ser: una aventura, una experiencia vital. Y como tal, recorrió los escenarios del pasado, buscando respuestas a problemas de larga duración, especialmente en los años ochenta, cuando la desesperanza y la desilusión no parecían dejar espacio para las esperanzas o las utopías.
La suya fue una vida agónica, en el sentido que Miguel de Unamuno le imprimió al término: es decir, una vida de lucha constante. Poco antes de morir hizo un llamado por reencontrar la "dimensión utópica", demostrando que los historiadores más lúcidos eran quienes tenían un pie en el pasado pero la mirada en el futuro. Aún en medio de la incertidumbre de la época en la que desarrolló su actividad académica, Flores-Galindo supo encontrar y transmitir un optimismo en el país, incluso cuando tuvo que hacer frente a lo inevitable, como lo fue su lucha contra el cáncer. A veinte años de su muerte, que sus escritos nos sigan inspirando, tal como lo han venido haciendo hasta ahora.
Sucede que un error muy común en los homenajes es olvidar la dimensión humana del sujeto y, con ello, algunas características que también potencian al genio creativo. Alberto Flores-Galindo no siempre fue el doctor en historia Alberto Flores-Galindo. No siempre estuvo tras un escritorio, frente a un salón de clase o al lado de un grupo de expositores. Fue un amante del aire libre y de las reuniones con amigos, de esas en las que los temas centrales de conversación eran la política, la actualidad y el conocimiento. También fue un hombre de familia, de playa y de cine. Y en medio de todo eso, un investigador a tiempo completo que en el día leía, analizaba, discutía y enseñaba diversos aspectos de la historia del Perú desde un enfoque novedoso y original y que de noche leía a sus hijos las aventuras del profesor Lindenbrock, cual minero de Cerro de Pasco en su viaje al centro de la tierra.
El Flores-Galindo historiador, por otro lado, fue uno de los pensadores y cientistas sociales cuyo legado no solo sigue vigente y en permanente debate en el Perú, sino cuyo prestigio se ha extendido al extranjero. En 2001, apareció en España una versión de sus ensayos por la editorial Crítica bajo el título de Rostros de la plebe. Fernand Braudel, uno de los más importantes historiadores del siglo XX, citó en su trilogía Civilización material, economía y capitalismo (ss. XVI-XVIII) uno de sus ensayos, el mismo que luego se convertiría en su tesis de doctorado y poco después en su libro Aristocracia y plebe. Lima, 1760-1830. Asimismo, este año se anuncia la aparición de la traducción al inglés de Buscando un Inca, considerada su obra más representativa. Y la Universidad de Wisconsin en EEUU tiene una cátedra que lleva su nombre, la cual ocupa actualmente el renombrado andinista Steve Stern.
Eso, por supuesto, no significa que su presencia al interior del país sea menos importante. Todo lo contrario: desde temprano Flores Galindo se convirtió en un dínamo humano, que incluyó no solo las labores propias del académico que escribe y da charlas, sino una dedicación y energía a la creación y promoción de espacios de encuentro y discusión, como lo sería Casa Sur. Directa o indirectamente, contribuyó a formar a una brillante generación de historiadores, que enfocarían sus investigaciones en temas sociales y extenderían su percepción de la historia como un compromiso con la sociedad, especialmente con el hombre de la calle.
De ahí su preocupación, como lo mencionaba en uno de sus primeros libros, por ir más allá de la crítica a la historia tradicional, y proponer alternativas de interpretación por más provisionales que estas fuesen. Este llamado al revisionismo historiográfico, es decir, a la utilización de nuevas fuentes, al análisis de nuevos sujetos y a la construcción de nuevos discursos marcaron la vida del académico, cuya erudición y rebeldía lo convirtieron en un francotirador o, en otras palabras, en un intelectual.
Según Edward Said, una de las tareas del intelectual consiste en el esfuerzo por romper los estereotipos y las categorías reduccionistas que tan claramente limitan el pensamiento y la comunicación humanas. En ese sentido, Flores-Galindo no se dejó atrapar por las amarras del dogma, por el silencio cómplice o por la comodidad del poder. Su acercamiento al conocimiento fue plural e interdisciplinario, a tal punto que disciplinas como la literatura, la psicología, la antropología o la economía aparecen en sus textos como instrumentos de una orquesta clásica, armónicos y complementarios. En una época en la que el Perú estaba inmerso en una espiral de violencia, "Tito" hizo un llamado por rescatar la defensa de los ideales, mientras fustigaba el silencio de unos y la complicidad de otros.
Él estuvo entre quienes más énfasis pusieron en considerar al Perú como una tarea colectiva; mejor aun, como un plebiscito diario, según la exquisita fórmula de Ernest Renan. Como pocos, hizo de la historia lo que debería volver a ser: una aventura, una experiencia vital. Y como tal, recorrió los escenarios del pasado, buscando respuestas a problemas de larga duración, especialmente en los años ochenta, cuando la desesperanza y la desilusión no parecían dejar espacio para las esperanzas o las utopías.
La suya fue una vida agónica, en el sentido que Miguel de Unamuno le imprimió al término: es decir, una vida de lucha constante. Poco antes de morir hizo un llamado por reencontrar la "dimensión utópica", demostrando que los historiadores más lúcidos eran quienes tenían un pie en el pasado pero la mirada en el futuro. Aún en medio de la incertidumbre de la época en la que desarrolló su actividad académica, Flores-Galindo supo encontrar y transmitir un optimismo en el país, incluso cuando tuvo que hacer frente a lo inevitable, como lo fue su lucha contra el cáncer. A veinte años de su muerte, que sus escritos nos sigan inspirando, tal como lo han venido haciendo hasta ahora.
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Del 26 al 28 de mayo la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP está organizando un coloquio en conmemoración por los 20 años de la muerte de Alberto Flores-Galindo. Una noticia que alegrará a la comunidad académica y sobre todo a los historiadores.
La tumba de Alberto Flores-Galindo (LBH)
2 comentarios:
Jorge, no encuentro información sobre el coloquio en ninguna parte. ¿Sabes cómo va a ser?
Anónimo, sólo tengo información de la convocatoria y las fechas. Aun están armándolo. En unos días seguro aparecerá más información y la publicaré.
Saludos.
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